En el siglo XVI el litoral valenciano era la frontera más peligrosa del reino, un territorio inseguro, debido a los frecuentes ataques de corsarios y piratas berberiscos. Fue tal el azote de las incursiones, que las poblaciones del litoral se fueron trasladando al interior, para una mejor defensa y menor sorpresa ante los ataques. Solo las ciudades importantes, que disponían de fortificaciones, o suficientes tropas estables, se mantuvieron en la costa.
Felipe II encomienda al Virrey de Valencia Vespasiano Gonzaga y al ingeniero militar Juan Bautista Antonelli un sistema de defensa de la costa mediterránea basado en torres vigía.
Las torres se construyeron en lugares estratégicos, de manera que cada torre pudiera ver otras dos. De esta manera se extendió una línea de vigilancia por toda la costa del Mediterráneo.
Las torres incorporan avanzadas técnicas arquitectónicas de defensa. Eran muy altas y difícilmente accesibles al situar la puerta, muchas de ellas, a más de 2 metros de altura. Con una corona de matacanes o ladroneras almenadas, voladizo sin suelo por el que los defensores podían arrojar toda clase de objetos o líquidos ardientes. Solían ser alamboradas y de forma redondeada para que los proyectiles disparados desde los barcos resbalaran sobre su superficie.
Estas torres son un valioso testimonio de los grandes esfuerzos militares, políticos, económicos y técnicos que exigió la defensa de la costa mediterránea.